domingo, 25 de marzo de 2007

Crónicas de Viaje

Mujer viajando sola en el Tren de Lisboa a Madrid

Por Marco CAR

Espero en el andén a que llegue la hora de salir de regreso para España. Pasé todo el día caminando por Lisboa. Subí al elevador de Santa Justa y admiré la ciudad, caminé por la calle do comercio y estoy cansado…

Y ahora espero en el andén de la estación. No quería, pero tuve que pagar por una cama. Quería ahorrar unos euros, pero no pude. Y ahora veo que es una ventaja el coche-cama. Podré descansar y dormir a pierna suelta.

Cuando quedan apenas unos minutos subo a mi compartimiento. Hay tres chinos que me miran y una muchacha china que ve hacia el piso. El chino de mayor edad me dice en inglés que lo disculpe por las inconveniencias.

¿Qué inconveniencias? Preguntó sin entender. Y el chino voltea y mira a la muchacha que está sentada sobre la cama.

“Quizás le moleste que ella viaje con nosotros” Miro a la muchacha que sigue con su vista en el piso. Parece avergonzada y tiene las manos sobre su regazo.

Miro a los chinos que también parecen apenados y sonrío. No tengo problema, no tengo ningún problema de que ella viaje también en el cuarto.

Los chinos sonríen aliviados y el mayor, que parece ser el padre, me explica que no era su intención molestarme con ella en el compartimiento, pero son cinco, 4 hombres y la muchacha y qno desean que ella viaje sola allá, en donde están los asientos normales.

Los veo de verdad preocupados por ello y trato de entender lo que no puedo. Las diferencias culturales que escapan a la comprensión humana… pienso rápido en la situación, los veo, la miro a ella ahí, apenas iluminada por un suave rayo de sol que entra por la ventanilla del tren y, pese a mi deseo de dormir largamente esa noche tiro sin darme tiempo de dudar que ….bien, si lo desean yo puedo tomar el asiento y ellos pueden viajar juntos en el compartimiento.

Sus caras se iluminan y aunque dicen “no no , no podemos aceptar eso”, terminan diciendo que si. Me sorprende lo importante que es para ellos. El de los boletos, un señor español se pone sus moños y dice que ese cambio es muy irregular y que no es posible y mientras alega con los chinos en inglés me suelta en español “no sea tonto, váyase acostado, que se jodan estos chinos…” pero termino convenciéndole.

Ya con el tren en marcha, uno de los chinos me busca en mi lugar del vagón de asientos. Me pide que vaya al compartimiento. “¿Ahora qué pasa? Pienso, pero voy. Ahí, me dan las gracias otra vez y la muchacha china, por fin, levanta su rostro, me agradece en inglés y los chinos me dan unos dulces.

De regreso en mi asiento traigo una sonrisa que no comprende el tipo que viaja frente a mí. No podré estirar las piernas en la noche, pero llevo unos dulces y 20 euros extra para almorzar nada más que llegue a Madrid…

Anédotas que le ocurren a un hombre viajando solo...anécdotas que le ocurren a una mujer que viaja sola, pese a que está rodeada de otras personas...




Por Marco CAR

“La soledad es la expresión de un hecho real: somos de verdad, distintos. Y, de verdad, estamos solos... En todos lados el hombre está solo”.

- Octavio Paz, en “El Laberinto de la Soledad”



En medio de cientos de personas que hablaban el español; en el mismo momento en que sonaba, en algún lugar lejano, “México Lindo y querido” en su versión instrumental, y rodeado de mexicanos, me sentí por primera vez muy solo en Europa.


Estaba en medio de la Estación Sants de Barcelona, tratando de comprar un boleto para irme a Madrid. Eran las diez de la noche y afuera caía una tormenta. En ese momento no lo sabía, pero iba a tener que pasar la noche entera ahí, rodeado de extraños... de mexicanos.

Semanas antes, había estado en países más “ajenos” a mí, como la República Checa. Se suponía que España iba a ser más cálido y cercano a mi idiosincrasia mexicana. Pero no. Me sentí más solo en Cataluña que en Praga.

A diferencia de la mayoría de los servidores públicos y de la sociedad española en general, los oficiales de turismo catalanes, esa noche, fueron muy groseros y prepotentes con todo el mundo. Pese a que el tren a Madrid tenía muchos lugares vacíos, no nos quisieron vender boletos a muchos turistas extranjeros que nos encontrábamos varados ahí. “Solamente una hora antes de la salida” dijo un tipo que se dio la vuelta maldiciendo mientras nos dejaba a todos mirando sin comprender. Era el inicio de las vacaciones de verano en España, uno de los países más hermosos y atractivos del mundo y había muchos turistas de viaje.

Yo no quería gastar en un hostal y quería llegar a Madrid a más tardar al día siguiente, pues unos amigos me esperaban a la siete de la mañana y se iban a preocupar al ver que yo no llegaba. Por eso, decidí quedarme en la estación, formado (éramos como 200 los que queríamos irnos a Madrid), para alcanzar un boleto a la hora que abrieran la taquilla a las 5:30 de la mañana. En un extremo de la estación había un McDonald´s. En San Luis Potosí hay como cuatro MacDonald´s y nunca, nunca, me he metido a comer a ninguno, pero ahí lo hice porque era lo único barato. Es un decir, claro.

Me metí a comer yo solo y a pasar el tiempo. Estaba contemplando lo fofo de la hamburguesa y lamentándome de lo que había pagado (“hubiera salido a buscar una tienda me repetía mentalmente) cuando un muchacho de cabello rubio se me acercó “Oye ¿tienes cambio?”me preguntó extendiendo un billete de cinco euros. Inmediatamente supe que era mexicano... de la Ciudad de México, para ser preciso.

No mano, no traigo cambio – contesté. El se sorprendió al escuchar mi acento mexicano, pero se dio la vuelta y se fue Yo estaba rodeado, en las otras mesas, de árabes, gringos y japoneses. Tenía ganas de hablar con alguien en mi idioma, con alguien cercano. Desde varios días antes no hablaba en español con nadie. Solamente en un inglés muy básico con un francés en el recorrido de Roma a Niza y en “Itañol” con un italiano en Montpellier.

Entonces llegó un policía a sacarnos a todos del McDonald´s porque ya iban a cerrar. Me fui y me senté justo enfrente de la taquilla del tren, para alcanzar boleto. Apenas eran las 11 y media de la noche. Afuera de la estación seguía lloviendo. Acomodé mi mochila para que hiciera las veces de almohada y apenas estaba sacando un cigarro cuando llegaron varios policías con perros y macanas para ordenarnos que saliéramos del lugar. Éramos unas 200 o 250 personas, de varios países (incluso ancianos y niños) que fuimos echados del lugar de una forma muy grosera.

Hubo protestas, pero fueron inútiles y así, rodeados por policías y perros que nos ladraban, fuimos sacados de la estación. Yo miraba a mi alrededor, buscando alguien con quién “hacer equipo” para pasar la noche en la puerta de entrada del lugar. Había un japonés, pero esos, como los gringos (y los mexicanos, como después me daría cuenta) son unas islas andando. No se relacionan con nadie, deambulando por todos lados tomando fotos. Había unas muchachas francesas, vestidas a la usanza hippie y había grupos de personas de otros países.

Ya afuera busqué dónde recargarme en las vidrieras de la entrada a la estación. A mi paso veía a los grupos de mochileros daneses, gringos, todos en bola, acomodándose y no sabía a quien pedirle que me dejara estar con ellos. Casi todo mundo lo tomó como parte de la diversión y se organizaron grupos que estaban escuchando música, fumando y conviviendo. Entonces, me encontré al muchacho mexicano aquel del McDonald´s. Estaba con varias muchachas y otros muchachos también mexicanos. Uno de ellos traía puesta la camiseta de la selección nacional de fútbol, para ser específicos, la playera de Borguetti. En el piso había dos enormes sobreros típicos de los combatientes de la revolución y de la imagen que nos gusta dar a los mexicanos de nosotros mismos en eventos internacionales. Les pido que me dejen quedarme al lado de ellos. Me miran en silencio. Me congelé todo porque comprendí que no tenían muchas ganas de que estuviera cerca. Y no. No iba borracho, ni mal vestido ni despeinado ni nada. El que me había pedido el cambio en el “restaurante” (no sé, de verdad, como se atreven a llamarle así a los McDonald´s) rompió el silencio y dijo. “Este también es de México”. Los otros, de cualquier forma, no dijeron nada, pero él dijo “Sí, no hay bronca”. Me acomodé al lado de ellos. Apenas eran las doce y media de la noche. Seguía lloviendo y tronando en el cielo de Barcelona.

En toda la noche apenas y nos tomamos en cuenta, tanto ellos a mí, como yo a ellos, pese a que estábamos juntos, recargados contra las vidrieras de la estación Sants, apenas resguardados de la lluvia por un techo pequeño. Estábamos juntos, pero al mismo tiempo había una enorme barrera invisible que nos separaba. No la nacionalidad en sí misma, sino, creo, nuestras distintas mentalidades. Eran muchachos de dinero vagando por Europa y no había nada que pudiéramos decirnos. Platiqué más con las francesas onda hippie que con ellos.

La noche fue larga y fue la única en que me sentí realmente solo cuando estuve en Europa. Yo deseaba que pasara por ahí alguien, cualquier persona conocida para hablar con ella. Hubo un incidente con un marroquí y un gringo. Comenzaron a pelearse y el marroquí sacó una navaja. Y, como sucede a nivel “macro”, todas las nacionalidades se pusieron en contra del árabe. Los alemanes eran los más enfurecidos. Llegó la policía y fue en búsqueda del muchacho magrebí que había huido cuando el norteamericano comenzó a gritar aterrorizado. Momentos después, cuando escampó un poco, me levanté a fumar un cigarro y caminar por ahí, y entonces un tipo catalán se me acercó para ofrecerme a una jovencita que, me dijo en voz baja, tenía en un carro en el estacionamiento de la estación. “Ya le he enseñado como chupar la polla”, aclaró sonriendo con una mirada lasciva. Le digo que no y sigue insistiendo. Busqué a los alemanes con la mirada para que vinieran a salvarme a mí también pero, como ya había pasado el peligro árabe, estaban haciendo malabares con unas clavas para algarabía de todos los que estaban cerca. Decido regresar a sentarme. Al lado de mí, los compatriotas estaban tomando cerveza y platicando sobre sus experiencias en el continente europeo (por lo que escuché, se habían conocido ahí mismo, en Barcelona). Yo quise acercarme y platicarles de Bohemia y Silesia, de Ladinka, mi amiga que me enseñó su hermoso país checo, de París... de todo lo que me había ocurrido... pero no me atreví.

Yo sabía que no había nada en común entre ellos y yo, como tampoco tenía yo nada en común con el japonés, que es una isla como su país mismo (y como yo y como muchos mexicanos), que estaba sentado más allá, contemplando la lluvia que había iniciando otra vez, mientras escuchaba música en un reproductor de discos compactos; o con el marroquí, que había huido del mundo entero, simbolizado por todos esos seres extraños que lo insultaban a las afueras de la estación de ferrocarril de Barcelona Sants.

Creo que Octavio Paz tiene razón: la soledad es saber que no eres como el otro. Pero no importa la nacionalidad que uno tenga, y creo que ni siquiera el origen social, sino las ideas, las expectativas. Solamente así podría explicar las amistades que hice, por ejemplo, en la República Checa. Ni siquiera hablábamos el mismo idioma y nos hicimos grandes amigos. Teníamos muchas cosas en común, sobre todo la música.

Al final de la noche, una de las paisanas que no se había quedado dormida, me preguntó si no sabía de hostales en París y saqué mi librito con direcciones de hostales y se lo presté. Le hice algunas recomendaciones y pese a algunos intentos de mi parte, eso fue todo lo que hablamos. Lo que, al parecer, podía acercarme con ellos (la nacionalidad) me alejaba. Qué podíamos decir de nosotros mismos que no supiéramos ya. Qué decir de México, de nuestras ciudades, de nuestra comida, de nuestra cultura, que conocíamos, pero que veíamos desde perspectivas opuestas. Vivíamos en el mismo país pero en mundos diferentes.

Y creo que esa es la soledad, saber que uno tiene un mundo propio ajeno al de los otros. Por eso me sorprendió la República Checa, pues geográficamente y culturalmente es un país alejado, alejadísimo de México, pero, en lo humano, en lo personal, yo tuve muchas coincidencias con los checos, y creo que también podría tenerlas con los argelinos, los coreanos, los senegaleses y hasta con los gringos. Al final, lo que nos hace menos solos son las coincidencias de espíritu, de las ideas y claro, la amistad.



Por ejemplo, en un bar de una ciudad llamada Krno, cercana a Polonia, platiqué como una hora con un checo que no hablaba inglés en lo más mínimo. Lo hicimos a señas, y tocando varios temas, como música, cine y hasta de telenovelas mexicanas; de Salma Hayeck (para mi amigo checo Salma Hayekova) y de nuestras familias. También lo hice en Roznov, una ciudad en la frontera con Eslovaquia, con varios muchachos checos de un grupo de rock que me presentó mi amiga Lada. Sin embargo, con mis “compatriotas” mexicanos no tenía nada que decir. Nada en que coincidiéramos, salvo el antojo de atole caliente o un tequila, aquella lluviosa madrugada catalana.

Por fin, a las cinco de la mañana abrieron la estación y regresé a sentarme justo al lugar de donde me habían sacado los policías la noche anterior. E
staba quedándome dormido y un policía me despertó haciendo ruido en mi oreja con su radio-comunicador. También estaba prohibido dormirse (es en serio). Las pantallas de televisión que pendían del techo se encendieron y comenzaron a verse los noticieros matutinos. Aparecieron imágenes del Papa dando misa en la Basílica de Guadalupe, durante la canonización de Juan Diego. Mientras hacíamos la fila para comprar los boletos, los “mochileros” europeos veían admirados en las pantallas las danzas de los indígenas de México en el atrio guadalupano. Alcanzo a escuchar a uno que dice “I was there”. “Yo también”, le replico instintivamente en español y todos me miran sin comprender. Dos horas después, reconociéndome ya como una isla, iba trepado en el tren hacia Madrid.







Llegué por la mañana, con mi mejor ropa, buntando en bañado y con una sonrisa, preguntando si había la posibilidad de alquilar una habitación por un mes y medio, debido a un trabajo que debía realizar en Viena, la hermosa capital de Austria. Las dos muchachas de la recepción me vieron de los pies a la cabeza, guardaron silencio, se miraron y una de ellas preguntó mi país de procedencia, dado que era obvio que yo no era austriaco. De México, contesté. Entonces una de ellas respondió que lo sentían pero que en ese dormitorio solamente se aceptaba gente de Europa.

Situaciones como ésta, vivida por un viajero latinoamericano en Austria son apenas un reflejo superficial de la situación que se vive en Europa y en Austria acerca de la intolerancia con los extranjeros. Este caso, si bien no es grave, hiere en lo profundo a la persona y refleja un problema mayor: la posibilidad de que el racismo y la violencia se desate, dado el alto número de inmigrantes que hay en Europa. Y todo puede desatarse con un solo caso, como el ocurrido contra el asilado nigeriano Marcus Omofuma, que fue deportado por la policía que, en un exceso de atribuciones, apretó demasiado la tela con que cubrieron su boca (fue amarrado de pies y manos y cubierto de la boca) durante el vuelo a Lagos, Nigeria. Marcus falleció asfixiado en pleno vuelo, lo cual desató una serie de protestas de todos los organismos contra el racismo y la defensa de los derechos humanos. El caso ocurrió en 1999 pero la cosa no parecfe haber cambiado mucho en Austria. Por el tranvía, el metro, algunas fachadas e incluso los baños públicos de Viena hay pintas de la swastica Nazi. En septiembre del año pasado, en las elecciones parlamentarias de Austria los jóvenes entre 19 y 29 años dieron un 4,2 % de votos al partido de ultraderecha BZO (Alianza para el Futuro de Austria) que dirige un multimillonario (por herencia) llamado Jorg Haider, cuyo partido formó coalición de gobierno con los conservadores después de las elecciones de 2000.

Cada flama, flamita de racismo que sigue viva es n riesgo para que todo el vecindario se incendie. Este Jorg Heider, pr ejemplo, dice que los campos de contentración eran solamente “campos de castigo” y otras declaraciones de ese tipo, con las cuales, muchos jóvenes austriacos se sienten identificados. Heider luce una imagen moderna (la versión política de María Sharapova), usa ropa deportiva y conduce un Porsche. Es un triunfador para los parámetros que ensalsan los medios de comunicación. Y por eso, desde la última década del siglo pasado, Austria vive bajo la amenaza racista, lo cual es grave, dado los miles de inmigrantes que tiene este país, sobre todo de origen turco. Viena es una ciudad global, con gente de todo el mundo, que vive ahí o que llega como turista. El racismo NO tiene cabida en Austria. No es justo que unos cuantos idiotas doten a Austria de una imagen negativa, lejos del vals, de Mozart…de Strauss… abajo un artículo sobre Heider aparecido en el periódico El Mundo de España y otro que habla sobre el caso de Marcus….

Jörg Haider, el hombre al que nadie quiere

Alrededor del 35% de los austriacos entre los 19 y los 29 años han votado al Partido Liberal de Jörg Haider, ese tipo que viste con camisetas deportivas y al que nadie parece tener aprecio.

Nacido en la ciudad de Bad Goisern en 1950, este hombre de 50 años ha conquistado a la población austriaca con su estudiada imagen deportiva, que contrasta con los atuendos demasiado formales de sus competidores políticos. Haider, de maneras informales, sonrisa descarada y estrella de teatro en sus tiempos escolares, se enorgullece de adaptar su discurso a cada uno de sus auditorios.

Este defensor de las políticas antiinmigración y antieuropeístas puede afirmar, sin ruborizarse y mientras conduce su Porsche, que los campos de concentración nazis eran «lugares de castigo», y las SS, «una parte del ejército alemán que debería ser reconocida».

Sin embargo, sus viajes a Estado Unidos para esquiar o escalar cascadas heladas han cautivado a los austriacos, que ven en Haider al hombre capaz de liderar Austria en el futuro.

Como Tony Blair y Silvio Berlusconi, Haider es el tipo de hombre hecho a sí mismo, pero convencido, en su discurso xenófobo, de que en Austria no habría que aplicar políticas de austeridad si, sencillamente, en el país no hubiera extranjeros.

Desde que alcanzó el liderato del FPÖ en 1986, entonces en el más absoluto de los ostracismos, este millonario por herencia y presidente de la región austriaca de Carinthia siempre ha negado ser un extremista y se ha autoeregido en defensor de la clase trabajadora.

El futuro Ministro de Finanzas -que se canta a si mismo el Feliz Cumpleaños en la emisora de radio más importante de Austria- se ha ganado a gran parte de su país, pero ha levantado todo tipo de suspicacias entre sus vecinos de la UE.

ARTICULO SOBRE EL RACISMO Y CASO DE MARCUS DE LA PAGINA AUSTRIACA http://www.raw.at

Informe oficial sobre racismo en Austria
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La “Comision contra racismo y xenofobia” de los consejales de la UE (ECRI) afirma en su informe:

“En Austria los imigrantes y refugiados siguen siendo victimas de racismo, xenofobia y discriminacion….”

La ECRI esta “muy preocupada” por la cantidad de propaganda racista y xenofoba en la politica. Y “…..la actuacion de los policias es otro tema muy importante”.
Sobre todo l@s african@s sufren discriminacion.
“ECRI esta muy preocupada por la cantidad de discursos racistas y xenofobas en la politica, y tambien por el exito de la FPOE en las elecciones, ya que la causa de ese exito fue esa campana electoral racista y xenofoba”, explican en el capitulo sobre el abuso de racismo en la politica.

La comision ademas critica es estilo de algunos periodicos que contribuyen a este clima de xenofobia. Segun el informe la discriminacion en contra de extranjeros destaca por ejemplo en el ambito del trabajo.

Al tema del antisemitismo: “Aunque la comunidad judia en Austria tiene solo unos 7.000 miembros, el antisemitismo todavia existe en Austria, y se manifiesta de varias maneras: Propaganda (por ejemplo en el internet), garabatos en los paredes, molestias, y hasta profanaciones de cementerios. En los periodicos salen articulos con tendencia antisemitista.

Sobre los medios de comunicacion: “ECRI esta preocupada, porque algunos periodicos escriben de una manera que contribuye a un clima de xenofobia y discriminacion en contra de minorias. Estos periodicos utilizan prejudicios en contra de extranjeros, y exageran los acontecinimientos siempre que algun extranjero tenga algo que ver.
ECRI valora la influencia de estos periodicos sobre la opinion popular como “muy grande”.

Importante explicacion: Estos informes de ECRI se dirigen primero - en forma de borrador - a los paises sobre los que trata. Despues la segunda version esta hecha en cooperacion con ellos, y enviada oficialmente por el consejo de ministros de la UE. Dos meses despues es publicado - a no ser que el pais se niega explicitamente a ello.

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[8] La Corte Constitucional decidio en el caso de Marcus Omofuma
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En Austria se puede demandar por el derecho a vivir por fin! La Corte Constitucional acepto que la hija de Markus Omofuma pueda luchar por el derecho de su padre, que murio por culpa de la policia austriaca.

El dia 1 de mayo de 1999 Marcus Omofuma fue deportado de Austria en avion. Los policias que lo acompanaron lo ataron y amordizaron - Omofuma murio por asfixia. Despues su familia hizo una demanda en contra de la actuacion de la policia, pero fue rechazada entonces, con la justificación que solo la victima misma puede demandar!

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[9] Amnesty Internacional opina sobre Austria
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En su ultimo informe la ONG “Amnesty internacional” acusa gravemente las autoridades austriacas. Informa sobre algunos casos de maltratos realizados por policias con sprays dañinos, con golpes y patadas. Anesty critica que las autoridades no se hacen cargo de eso, y nunca hay consecuencias en contra de est@s policias. Despues de que el consejo contra torturas de la ONU se ocupara de casos en Austria en el pasado noviembre, ahora Amnesty desvela nuevamente casos parecidos. Como pruebas de las torturas policiales existen tanto informes de medicos, como testigos presenciales. Las victimas son mayoritariamente african@s, l@s que ademas casi siempre fueron insultat@s.
Amnesty critica las investigaciones sobre estos maltratos, que son realizadss lentamente y sin cuidado. En muy pocos casos un tribunal independente ha podido juzgar la actuacion de l@s policias. Las victimas, en cambio, sufren amenazas, denuncias y demandas.
Otro punto de critica es el lenguaje racista que normalmente acompana los maltratos.

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[10] Ataques ultraderechistas
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El numero de ataques de ultraderechistas aumenta ultimamente. Las victimas son personas que “no parecen suficientemente austriacos”. Es dificil decir el numero exacto, ya que los periodicos disimulan los acontecimientos, declaran que no haya ningun contexto politico, hablan de “jovenes”, y no de “skinheads”. A veces la verdad se encuentra por casualidad en algun periodico local.

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[11] Todavia crees en la justicia independiente??
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No te enganes! El escandalo de espionaje policial a favor de la FPOE es cada vez mas ridiculo. Ya no existen dudas que el Ministro de Justicia, Dieter Boehmdorfer (FPOE) todavia es abogado y buen amigo de su lider Joerg Haider. Lo que sorprende es que el gobierno ya ni siquiera intenta presentar una justicia independiente: Despues de que el juez Sr Erdei reclamo no haber recibido los informes completos sobre las investigaciones de la policia y de la fiscalia, fue amenazado que podria ser trasladado a otro cargo.

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Epílogo
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Si ya no quieren recibir nuestro boletin (y si es que lo han recibido DIRECTAMENTE de nosostr@s- de no ser asi toca avisarles a l@s querid@s que se lo eniaron! -)))) mandennos un mensaje! Igual si quieren recibirlo directamente de nosotr@s o si tienen comentarios!
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Pues orale -
Hasta la proxima,

NINGUNA PAZ CON AUSTRIA!!!




La tétrica estación sur de Viena

Por Marco CAR

Desolación, pasillos oscuros...grafittis... (podcast aquí)

Por una de esas cosas que tiene la suerte, antes de venir a Europa pasé por la tienda de un amigo para comprar unos DVD. Ahí le conté a mi amigo que me venía a Europa y él me dio el e-mail de un amigo suyo que vivía en Viena.

Y pues ya estando aquí en Europa le mandé un correo y bueno. Nos quedamos de ver en Viena. Su nombre es Juan, es de San Luis Potosí y trabaja en un proyecto europeo relacionado con la inteligencia artificial.

Este podcast habla de mi llegado a la estación Sudbanhoff de Viena. Una estación que, cuando la conocí, de paso hacia Bratislava, me pareció tétrica, oscura y cómo al regresar estuve a la expectativa de si Juan llegaría para encontrarse conmigo. Es un podcast sobre la tétrica estación de Viena.

Llena de rincones oscuros, gente que lo mira a uno circunspecta y alejada del glamour del turismo mayor que arriba de Europa del Oeste, de los países ricos, mientras ésta sirve para conectar con los países del este, menos desarrollados. Es la historia de un mexicano perdido en Viena… (podcast aquí)


El viaje de Madrid a Viena fue caótico y muy cansado. En París tuve que hacer una conexión de la Gare Montparnase a la Gare D´Est y en el metro los parisinos se sintieron molestos con el espacio que ocupaba con mis maletas. Una noche anterior, en Madrid, el cierre de la mochila se había roto en la sección donde guardaba los zapatos, y aunque Raquel y yo (mi amiga española) pusimos varias vueltas de cinta canela, el cierre terminó por abrirse justo en el metro de París y los zapatos se regaron por todo el piso de la estación Oberkampf. Un caos. Cosa curiosa: dos muchachas parisinas me ayudaron a levantar los zapatos y los guardaron como pudieron en la mochila que cargaba detrás. Estaban muertas de risa. Yo también lo tomé con humor. Al menos la parte de “solidaridad”[1] es un valor que sigue vivo entre algunos parisinos…

En la “Gare D´Est” intenté por todos los medios bañarme pero fue imposible. Hay obras y por ello ni siquiera tienen un lugar donde dejar las cosas a consigna. Entonces tuve que andar por la estación con todo. Para colmo, en el tren a Viena desde París me tocó compartimiento. No me gustan los compartimientos en el tren. Dadas las actuales condiciones del mundo, con la migración de gente pobre hacia países que podrían darles trabajo, la creciente ola de rechazo a otras razas y culturas, etc., en los compartimientos de los trenes la gente que no se tolera tiene que viajar junta.

Las primeras estaciones del tren éramos un turco que vestía impecable de traje y yo. El turco era turco porque él mismo lo dijo. En realidad yo pensé que era francés pero el dijo que era “turkai” y explicó en un inglés entrecortado que él vivía en Austria, pero que no era austriaco sino que sus orígenes eran turcos. Parecía querer dejar esto muy bien claro. Entonces, una pareja de austriacos, él, de traje (casi un sosias de Franz Beckenbahuer) junto con su mujer, intentaron entrar al compartimiento. Me dijeron “halo” pero luego lo vieron a él y optaron por no entrar cual si hubieran visto al diablo en persona.

Hasta ahí todo iba bien, pero entonces llegamos a Baden Baden y subieron una alemana y luego dos mujeres, una madre y la hija de unos 19 años que eran de…no sé de dónde, pero seguro musulmanas, aunque no usaban la burka. Tensión. La alemana iba sentada a mi lado y veía con recelo a las otras dos. Las otras dos la veían de reojo y guardaban silencio. El turco llevaba tapado el rostro con la mano izquierda.

Silencio y miradas furtivas entre todos. Un vaso de cristal hubiera estallado si alguien hubiera tenido uno entre las manos. La señora y su hija sacaron una botella de agua Perrier y casi como si se tratara de una bomba peligrosísima, la fueron abriendo muy lentamente para no llamar demasiado la atención. La alemana inclinó su rostro como queriendo esconderse en la oscuridad, como queriendo que su cuerpo viajara ahí pero no su mente. Entonces la muchacha musulmana se recostó sobre el pecho de su madre que le acariciaba de manera muy muy dulce. La alemana hacia esfuerzos por no verlas y no rozarlas con sus pies. El turco se tapaba el rostro con la mano y yo…yo fingía que no me importaba nada. Y las luces de algunas ciudades alemanas que cruzábamos en el tren revelaban esa sensación de soledad que sin duda todos los que íbamos en ese compartimiento sentíamos.

En Viena, pese a lo que decían todas esas guías de viaje, los horarios en Internet y la misma información de SNF y Renfe[2] juntas, no existe un tren que salga de la estación central de Viena hacia Bratislava. Por eso tuve que salir y subir a un tranvía urbano (como esos que hay todavía en Ciudad de México) para llegar a la Sudbanhoff desde donde salían los trenes a Bratislava. Nada mas salir, veo publicidad política. Un partido dice algo en alemán contra el Islam en un cartel pegado cerca de la banca cubierta para esperar los tranvías. No sé alemán, cierto, pero sé que ese partido pugna contra el Islam porque Islam se escribe Islam en alemán y porque alguien añadió con un plumón rojo “NAZIS!!” sobre el cristal.

Odio, intolerancia. Desolación en los corazones. Eso también es Europa. Eso también es México. Eso también soy yo[3]. Tomé el tranvía equivocado. Mejor dicho, tomé el indicado pero con rumbo opuesto. Sin embargo, tuve un presentimiento me bajé en cierta estación porque vi pasar unos ancianos que arrastraban unas maletas. Bajo esta lógica que seguí, es lógico, también, comprender que todos esos apuntes que hice no sirven de nada cuando uno es un… J tonto que termina cargando una mochila, dos maletas y unos tenis Adidas en la mano.

Pese a todo tuve razón: esa era la estación sur de Viena: una nave lúgubre y sucia, aún peor que cualquier estación de autobuses de la clase más baja que pudiera haber en México, un país del tercer mundo o más, más allá.

Ahí en la estación busqué un baño. La estación Sudbanhoff de los trenes nacionales de Austria, en Viena, es horrible. Está sucia, vieja y se percibe un desprecio por los que viajamos hacia estos hermosos paisajes eslavos. Esto, los paisajes que pude ver de Francia, de España, de Alemania, de Austria fueron los suficientemente hermosos, al grado que hicieron que este viaje de un día y medio entre Madrid y Viena valiera la pena…

Los baños de la estación estaban custodiados por un señor que dormitaba en una silla. El olor y el agua en el piso me advirtieron antes de siquiera entrar que no tendría caso tratar de cambiarme de ropa ahí, dado que no iba a poner las maletas en aquel piso asqueroso…

Entonces tuve hambre. En un negocio cercano al anden vendían “Pizza y Kevab”. Curioso, alemanes no soportan viajar en el tren con un turco pero si gustan de comprar kevab a 4.50 euros más la coca-cola…



[1] Ya sabes, solidaridad, igualdad y fraternidad….

[2] Son las siglas de las compañías de trenes de Francia y España.

[3] Antes de mi partida a Viena desde Madrid fui desde la capital española a Paris a visitar a Nell, una amiga que tengo. En el viaje me tocó viajar en un coche dormitorio. Ahí íbamos un francés que venía de Argentina (platiqué como tres horas con él), y dos muchachos, uno negro y otro musulmán pero no sé de qué país. El muchacho musulmán no hablaba nada, ni francés, ni inglés ni nada. Llegó la de ls pasaportes y él no supo entender lo que ella le pedía. Entonces, como pude, le hice saber que debía darle el pasaporte a la poli. El me entendió y me lo dio a mi y yo se lo di a la poli. Como pude le expliqué se lo devolverían cuando llegáramos a París. Como agradecimiento, me ofreció un Sprite. Yo no lo quería, pero él insistió y lo tomé… pero no lo abrí y lo dejé abandonado en el tren cuando llegamos a París… es de un musulmán ¿quién sabe que podría traer? No pensé esto específicamente, pero si actúe…como todos aquí… el virus de la mediocridad y la intolerancia se contra fácilmente, aunque uno sea de México y se sienta libre de todo eso…

El tren a Bratislava, pese a ser de“2ª clase” era un tren muy limpio y moderno. Con asientos confortables, amplios y mesitas. Todo era automático. Entonces ahí lo hice: me lavé el torso, me cepillé los dientes, me rasuré, me lavé el cabello, etc. Y me cambié de ropa para lucir presentable ante Moni que iba a recibirme a la estación. Este hecho me valió insultos en (¿eslovaco?) de los otros pasajeros porque tardé demasiado ahí dentro del baño del tren, que por cierto también estaba muy limpio.

Al salir ya estábamos en Bratislava… Es curioso, pero ni siquiera me di cuenta cuando llegamos, salvo por los inevitables grafitis pintados en las paredes de los edificios que también vi en Madrid, París, etc… Había llegado la hora. Cargué con las maletas y luego de dar vueltas confundido por andenes encontré la salida al vestíbulo de la estación. Subí unas escaleras y la vi. Estaba ahí como un ángel buscando en todas direcciones por mí. La estación era oscura pero ella brillaba en el sitio y al voltear me reconoció inmediatamente. Llegando a Nitra, su primer comentario fue “está calle está habitada casi solamente por gitanos… por lo menos aquí es solamente una calle… y no como en Presov que es casi toda la ciudad…”.

Moni iba a ser mi guía, principal apoyo y amiga de ahí en adelante…






Pájaros de Londres
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Pájaros de Londres

¿Decidiendo a dónde ir? o a la espera de encontrar la estatua de un príncipe, como el del cuento de Oscar Wilde?

Foto de L. B. que habla varios idiomas :)









Estación Victoria
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Estación Victoria

Muchas chicas potosinas, desde aquellas con dinero, hasta de clase media y pobres, viajan a Londres para trabajar como niñeras (au pair). Es el caso de como Verónica C. También muchachas de otros países lo hacen y deben pasar por aquí, la Estación Victoria del metro de Londres, lugar de encrucijadas y sueños internos...

Foto de LB. que sabe varios idiomas y ama la música :)





El Puente de Londres
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El Puente de Londres

La bruma... el fantasma que recorre Londres todos los días...

Foto de L B. que ama la música













Verónica C, una inmigrante latina en Londres

Por Marco CAR

Londres es como un enorme palacio, con miles de habitaciones, todas ellas distintas, cuya única relación es su origen: la modernidad. Solamente cruzar una calle puede significar la entrada a otra cultura que parecía lejana, pero que también está ahí, en la capital de Inglaterra, en cuyo perímetro se hablan decenas de idiomas y conviven todos los mundos posibles del planeta. En una de estos habita Verónica C., una muchacha potosina de 30 años.

La historia de Verónica - una potosina que ha dejado de serlo - no es la típica historia de los mexicanos y potosinos que han partido a Estados Unidos en busca de un destino más prometedor, pues en esta ciudad de 10 millones de habitantes, ubicada al sudeste de Inglaterra, la migración mexicana es distinta. No solamente se busca un porvenir económico, sino también una transformación, por necesidad más profunda y en distintos niveles, que se explica, en parte, por su lejanía geográfica y cultural con México, pero también porque Londres es una ciudad donde se puede ser marroquí, rumano o senegalés, sin dejar de ser londinense. Aunque Verónica llegó a Londres con el único propósito de estudiar inglés, su viaje derivó en una apertura de mente, en un descubrimiento de que el mundo no terminaba en San Luis, sino que, precisamente, la última frontera con el universo y con las posibilidades que ella tenía como persona, para aferrarse al entorno conocido y a la protección familiar. Pero antes de narrar como fue que ella se convirtió en londoner[i], es preciso describir como es que se ve, desde lejos, desde esta ciudad paradigma del nuevo milenio, una muchacha potosina. Desde mi punto de vista, arbitrario por fuerza, una muchacha de San Luis es como toda esa energía contenida en un foco.

Limitada por la artificialidad machista de nuestra cultura, que las condenaba (hasta todavía hace unos años) a ser amas de casa, madres y a estar secuestradas por las tradiciones religiosas y por el entorno familiar, único universo posible de acción. Quizás por esta razón existen, todavía, algunas potosinas que no tienen acceso a la educación universitaria (”eso es cosa de hombres”; o peor aún “las muchachas no se hicieron para eso”) o deben cargar, por su condición femenina, con el dilema de ser o madres o profesionistas, y con ello ven coartadas sus posibilidades como personas. Por ello, llegar a Londres fue para Verónica todo un impacto, pues aunque aún en Europa la condición femenina es todavía una desventaja, el hecho de vivir sola y de poner a prueba sus capacidades, resultó en una comprensión de sí misma y en un derrumbe de mitos: el mundo no acababa en la colonia El Paseo, de donde ella proviene. Mi encuentro con ella fue una mañana lluviosa del 3 de julio. Amablemente, había ido a buscarme al hostal donde me hospedaba, desde su casa en el suburbio de Wimbledon, a unos 40 minutos en metro. Quería que probara un típico desayuno londinense y me llevó a una cafetería del Old Brompton Road, en Earl´s Court, un barrio populoso al sur de Londre

Habituada al clima caprichoso de la capital inglesa, llevaba una gabardina, paraguas, y en efecto, lucía como una londinense - y mientras nos dirigíamos a desayunar bajo una lluvia apenas perceptible al tacto, me fue aconsejando sobre cómo viajar en la ciudad y qué cosas evitar. “La gente es amable, pero aléjate en lo posible de los adolescentes, que suelen ser muy racistas”, me explicó. La comida de Londres no es muy buena. Su café tampoco, pero la cafetería a la que asistimos era acogedora y tibia.

Ahí fue como ella me narró su transformación de potosina a londinense. “Llegué el 2 de mayo de 1997″, explicó y por la forma mecánica en que lo dijo, como si repitiera alguna fecha importante como el 12 de octubre de 1492, descubrí que esa fecha no era solamente el recordatorio de un día, sino el momento de un cambio trascendental que había dado cinco años atrás. Con la vista perdida en algún lugar de sus recuerdos, rememoró que el propósito inicial de su viaje era estudiar inglés. En San Luis no había tenido oportunidad de estudiar una carrera universitaria, tenía un certificado de estudios técnicos en informática del Colegio de Bachilleres y no encontraba trabajo desde hacía seis meses. Así que, apoyada por su madre, partió a Londres como hacen otras potosinas: a trabajar de au pair[ii] para costear sus estudios en una academia de lengua inglesa. “Al principio fue muy difícil - recordó - pues además del obvio choque cultural al que me enfrenté, siempre estaba la tentación del regreso. En mi mesa de noche permanecía un boleto de avión que yo podía utilizar en cualquier momento para regresar. La familia y el mundo en el que creces te llaman y la soledad puede ser muy fuerte los primeros días”. Pero un viaje aguza los sentidos y las capacidades y eso pasó con Verónica que, según me confesó, se volvió más dura y fría para poder sobrevivir. No obstante, varios días sintió una nostalgia muy fuerte, que incluso le provocó una depresión que la mantenía postrada en cama durante sus días de descanso. Con esa dureza de espíritu, se fue habituando a su nueva vida, en la que debió enfrentar un drástico cambio de vida y la intolerancia de algunos ingleses.

Precisamente, uno de los dos únicos incidentes racistas que ha sufrido, lo experimentó cuando paseaba una tarde con una amiga (”mi mejor amiga”), por un barrio obrero de Londres. “Mi amiga - narró - pese a que es originaria de la India es muy muy blanca y por ello, cuando nos topamos con un hombre en la acera, éste con su hombro, me golpeó a mí fuertemente en el hombro mientras decía fucking indians”. En este momento se le quebró un poco la voz, pero no lloró. El golpe fue tan fuerte que el dolor le duró varios días y tuvo que ir al doctor. El otro incidente, fue un día que, caminando por la calle, un grupo de adolescentes la increpó con insultos raciales. “Fuera de eso - añadió sonriendo - mi vida aquí ha sido muy tranquila y segura. No me puedo quejar”. Y Verónica tiene razón. Londres ya no es una ciudad propiamente inglesa (de los nacidos en la isla) sino del mundo.

En un vagón del “Underground” o “London Tube”, como le conocen popularmente los “londoner” al metro, uno puede escuchar diversos idiomas, desde ruso, pasando por el chino hasta el español. Y esto parecen haberlo entendido las autoridades locales, pues en el servicio de transporte público es común ver carteles en los que se pide a los ciudadanos de esta metrópoli, fundada hace más de dos mil años sobre la rivera del río Támesis, que denuncien todos los crímenes de odio. En particular, me llamó la atención uno de estos anuncios, que encontré pegado en un camión de dos pisos, el cual mostraba a un niño con facciones árabes llorando. Bajo esta imagen se leía una leyenda que decía algo como “Please denounce the hate crimes to the police” (Por favor denuncie los crímenes de odio a la policía). Lo curioso es, que, junto a mí, mirando también el anuncio, se encontraba un muchacho con indumentaria militar y una suástica nazi zurcida en las hombreras. En contrapartida, los londinenses que rebasan los cuarenta años normalmente son amables. Incluso los policías y los funcionarios de turismo lo son, lo cual es bastante raro en Europa, sobre todo si se toma en cuenta las malas experiencias que después sufriría en Barcelona y en Roma. En el “Tube” siempre hay policías que le dan pacientemente toda la información a uno o que abren una puerta adyacente para que uno evite la pasarela cuando se lleva una mochila grande en las espaldas, como fue mi caso.

Incluso, a mí llegada al aeropuerto de Gatwick, una mujer muy amable que conocí en el tren a Londres, me llevó hasta el andén mismo donde debía tomar el metro que me llevaría de la Estación Victoria, a mi hostal en Earl´s Court. “Sin embargo - me indicó Verónica - aunque los ingleses son educados, no dejan de ser fríos y altivos. Piensan que no fue Inglaterra la que se separó de Europa, sino que Europa se separó de Inglaterra. Son como la isla misma, cerrados, de ahí que los ingleses sea muy aficionados a la jardinería, pues un trabajo para solitarios, para gente ensimismada”. Pero así como señala las características de los londinenses “nacidos en la isla”, enfatiza los defectos y virtudes de los mexicanos, pues lo primero que se aprende viajando a otro continente, es la idiosincrasia propia, como le ocurrió a Verónica y como sin duda me ocurrió a mí en este, que fue mi primer viaje al extranjero. “Cuando llegué a Londres, una de las primeras cosas que hice fue intentar relacionarme con las mexicanas que ya vivían aquí. No fue una experiencia grata - advirtió - pues, contra lo que se pueda pensar, los mexicanos no tenemos un sentido de solidaridad y apoyo que si puedes encontrar en las comunidades de otros países”. “Pero no solamente no nos ayudamos entre nosotros - abundó - sino que descubrí que los mexicanos, como ciertos ingleses, somos muy intolerantes y no aceptamos lo que es diferente. Quedarme, significó superar ese defecto”. -¿Tienes amigos mexicanos ahora? - Conozco algunas mexicanas, pero no son mis amigas atajó. Esto que comenta Verónica es significativo, pues ya una amiga en San Luis me había advertido que las potosinas que había encontrado en Londres (y que también trabajaban como au pair) no habían sido amistosas ni mucho menos. Y quizás se relacione con el hecho de que, en esta ciudad, las clases sociales que privan en la capital potosina se pierden.

En Londres, por ejemplo, tanto una muchacha de clase media de San Sebastián como una muchacha cuyos padres pertenecen al Club Deportivo Potosino, tienen trabajos similares y las mismas desventajas por su condición de extranjeras. Probablemente por ello, Verónica comparte un piso en Wimbledon, con una amiga colombiana y otra amiga polaca. “Sin embargo, mis mejores amigas - me aclara con una sonrisa - son una muchacha de la India y otra de Argentina”. Pero Vero también señala las virtudes que nunca perdería de su idiosincrasia mexicana. “Tenemos sentido de la familia. Aunque estoy lejos, tengo presente siempre a mis padres y hermanos. También somos atentos con las personas, pero no por formalismos sociales, sino porque lo sentimos. Creo que, en ese sentido, somos un pueblo sincero”. Y no obstante, Vero no quisiera regresar a México. “No encajo ya en San Luis por mi edad - reconoció - pues, tristemente, en nuestro estado rondar los treinta lo imposibilita a una a encontrar un trabajo bien remunerado.

Y tampoco quiero regresar porque aquí tengo la posibilidad de viajar y sobre todo, la certeza de una independencia no solamente económica, sino en todos los sentidos”. “Además - agregó - ya no pienso en español, sino en inglés. Incluso mi ortografía castellana ya me falla. Pero sobre todo - remató - es un sentimiento en el corazón relacionado con esta ciudad”. Y entonces me cuenta que tuvo la oportunidad de viajar a Kenia hace un año (lo cual sería imposible en México para una joven como ella) con el fin de visitar a una tía suya, misionera en aquel país africano. “Cuando regresaba y el avión iba sobrevolando Londres - rememoró con la vista perdida como si estuviera viendo la escena otra vez - alcancé a distinguir por la ventanilla la figura inconfundible del Big Ben y sentí una gran felicidad. Estaba en casa, in my home again, en mi hogar”. Y si, la sonrisa con que terminó la frase delató que, en un sentido literal, San Luis ya la había perdido. Volvería a ver a Vero otras tres veces durante mi estadía en Londres; me ayudaría mucho e incluso, amablemente, me ofrecería hospedaje en su casa. Mientras me alejaba de ella en un “Tube” atestado de personas de todas las etnias posibles, metáfora de un Londres que es un mundo conformado por muchos mundos, rumbo a Trafalgar Square, comprendo que, quizás, Verónica no se convirtió de potosina en Londoner, sino que, simplemente, aspiró a ser y se atrevió a vivir en un mundo más amplio que el que representa San Luis. Y es que, en realidad, uno nunca es nada, uno solamente es lo que aspira a ser. A los pocos días de mi partida de Londres a París, le fue negada la residencia a Verónica C., por lo que, en un año más deberá regresar a México.

Sin embargo, logró graduarse en lengua inglesa, continua trabajando como jefa de turno en un restaurante de Wimbledon y cuidando niños en su tiempo libre. Ella no hubiera querido regresar a San Luis. [i] Londoner es el gentilicio en inglés de londinense; es la forma como gustan designarse a sí mismos los habitantes de Londres. [ii] Au pair es una muchacha joven, generalmente, que vive y trabaja en una casa cuidando a los niños pequeños de la familia. Es conocido que algunas muchachas potosinas viajan a Inglaterra y a Alemania con el propósito de trabajar como au pair para pagar sus estudios de idiomas en dichos países.






Antes de viajar a México de regreso, yo sabía que que mi vida tenía que cambiar. Es curioso, pero creo que pese a que regresé a mi país por unos meses, siempre tuve la sensación de que nunca había regresado del todo. Las casas estaban ahí, mi madre seguía yendo a sus clases de baile y a su coro. Mi papá recordando sus viajes por México. Mis amigos refugiándose en largas jornadas de Internet, ron y pizzas. Incluso el tipo que me veía en el espejo todos los días al levantarme parecía ser el mismo. Pero al deambular por las calles de San Luis Potosí yo mismo me adivinaba como un fantasma. Sin embargo, mi decisión de viajar hacia esta isla donde me encuentro ahora, no fue tomada en México, sino en una ciudad hermosa y romántica: Lisboa.

Las personas siempre llegamos al momento en que debemos decidir entre dos opciones: tratar de ser felices o tratar de olvidar que algún día quisimos ser felices. A mi, en un principio, me movió la primera posibilidad. Y por eso fue que decidí irme de México.
Me vine a esta isla justo antes de que iniciara la guerra de Irak. Como cualquier persona con un mínimo de información, yo estaba indignado por la prepotencia y abuso de Estados Unidos. Si ya sé lo que piensa la mayoría del mundo europeo, sobre todo de Europa del este, acerca de que Estados Unidos es “el mejor país del mundo”, pero es que yo todavía tenía un resabio de caridad y además, para mí no son nuevas series como Friends, tan vacías de lo que realmente es EE.UU. y supongo que a un eslovaco, checo, polaco, etc. le deben parecer todo un descubrimiento.. Y por eso, antes de marcharme, escribí unos pqueños guiones que me hubiera gustado hacer si hubiera tenido una cámara de video y más tiempo. Estos guiones los reproduzco a continuación...¿quién sabe? Quizás alguna persona que lea esto se atreva a grabarlo o filmarlo algún día.



La Isla Más Grande del Mundo Parte II : Europa...Nápoles


Con los Viajes NO se juega

22 de julio de 2002, Nápoles, Italia





De todas las ciudades que he conocido, esta es la que tiene un espíritu similar al mexicano, y desde luego, es una ciudad muy hermosa, que invita a caminar entre sus calles y perderse en ellas, pero también para quedarse horas y horas admirando el mar y las otras islas, como Capri, que componen la región sureña de Campania, que es donde se encuentra esta ciudad de ensueño. En este mismo momento estoy comiendo una rebanada de pizza napolitana (tomate, un poco de orégano y queso mozzarella) y aunque Valentina me advierte que no es la pizza tradicional ni la mejor que existe, pues la pidió al bar que está debajo del edificio (el bar en Italia es donde puedes comprar sándwiches, pasteles, y, sobre todo, café) sabe muy rica. Vale, esta sentada frente a mí trabajando en una computadora. Estamos en su oficina de la "Universita degli Studi di Napoli Federico II" que es la universidad central de la ciudad. En Portici, que es un suburbio de Nápoles, donde vive mi amiga, hay una vista espectacular desde donde se pede apreciar Amalfi, Sorrento, Capri, Napoli y su puerto; por el sur se puede ver el imponente volcán Vesuvio, que destruyó a la mítica ciudad de Pompeya.

Ayer por la tarde que llegué desde Brno, República Checa, fue muy emocionante, pues he comenzado a aprender un poco sobre Italia. Es otra cosa que he aprendido en este viaje: una cosa es ser un turista y otra ser un viajero. El turista va y se toma fotos en los sitios importantes (incluso puede ser algo obsesivo, como ocurre con los turistas japoneses) y el viajero es aquel que tiene el privilegio de conocer el país al lado de las personas que viven en él, como ha sido mi caso. He conocido el transporte, he convivido con la gente de la mayoría de los lugares que he visitado, he conocido sus bebidas, he apreciados sus gustos y costumbres y he aprendido mucho. Experimenté esto en Londres, pues dos días dormí en la casa de la hermana de un amigo. Conocí cómo se vive en una casa londinense, ubicada en Wimbledon (donde se realiza el torneo de Tenis) y comí "Chips and Fish) y tomé cerveza irlandesa Guiness que es muy sabrosa.

En Holanda, tomé el café y comí panecillos de mantequilla y miel en el jardín de una casa en la campiña, al atardecer, con una cálida familia holandesa: Alejandra, mi prima, Albert, su esposo y sus suegros y cuñados. Imaginen que está cayendo el sol (son las seis de la tarde) y se ven llanuras verdes muy intensas enfrentadas a un cielo azul que pasa del claro al oscuro a cada momento, envolviendo a las ovejas y caballos pony que dormitan en sus corrales de madera, mientras un molino de viento, lejos muy lejos, en el horizonte, es revelado por el sol que cae justo detrás de él. Esa ocasión platiqué un largo rato, un poco más de una hora con la suegra de mi prima, que me habló sobre su padre y como éste había escondido judíos entre las paredes de su casa, en la Segunda Guerra Mundial. Incluso me mostró recuerdos de la época. Me hice amigo de ella y me despidió con un beso y un chocolate. Me pidió que regresara y yo quise regresar, pero no pude... el suegro de mi prima calzaba los típicos zapatos holandeses, los suecos de madera. Y en la Republica Checa, estuve en una hermosa casa, en el pueblo de Týn, en la región de Moravia, que se encuentra a los pies de un castillo medieval impresionante que se llama Helfstýn. Ahí bebí Abstin, un aguardiente francés que tiene un setenta por ciento de alcohol, tomé pivo (cerveza) del tipo Plsen mientras hablaba de música y fotografía con amigos teniendo como fondo musical a Ted Nugguet. Frente a la entrada de la casa, como salida de la tierra, como un fantasma de la historia, se levantaba una escultura medieval, oscurecida por el tiempo, con la imagen de la virgen Maria.

En el momento que estoy escribiendo, mi amiga Vale, con sus ojos brillantes me da café Spresso con leche ("toma, te va a gustar, es con leche). Después viene Giancarlo, su jefe y me ofrece un pan dulce con crema y fresa muy bueno. Creo que no merezco tanta suerte...

Desde luego, debo confesarles que he pasado penurias. Dos ejemplos: Cuando salí de Brno, en la Republica Checa, rumbo Roma, vía Viena, no pude dormir en toda la noche y en Paris y Londres tuve que privarme de algunos alimentos para ahorrar. Sin embargo, nada más llegué a Holanda y he comido y bebido muy bien, demasiado bien diría yo. Así comí ayer en la noche, en Portici, al pie del Vesuvio, en la casa de Vale. Nos "conocimos" en la Estacione Centrale di Napoli, ayer domingo a las seis de la tarde. Yo llegué desde Roma y estaba cansado y sucio luego de más de 12 horas de viaje desde Viena. Ella llegó con un vestido blanco, una blusa roja y al reconocerme se sonrió (esa sonrisa que tantas había imaginado y disfrutado en el ICQ y el Messenger). Antes, yo le había llamado a su "móvil" (así llaman a los teléfonos celulares en Europa) pues, por error me había bajado en la estación "Napoli Flegrei" (que es por donde se llega al Estadio San Paolo donde Maradonna hizo campeón al Napoli dos veces) y no en la Centrale que es donde Vale me esperaba. Entonces, me dirigí al "capo di stazione" y él me dijo qué tren debía tomar para llegar a donde ella me esperaba. Por teléfono, Vale me pidió que la esperara bajo el letrero de los "Treni di Arrivi" y a los pocos momentos nos conocimos ahí. Fue emocionante, pues ella ya no era palabras, no era virtual, era mi amiga Valentina, de carne y hueso. Sonreímos y salimos de la estación, que se encuentra frente a la Piazza Garibaldi y cruzamos la calle, asediados por los automóviles a quienes parecía no importarles lo mas mínimo que fuéramos pasando. - Bienvenido a Napoli - dijo Vale con su rostro de niña y subimos a su carro rumbo a su casa en Portici. En el momento que escribo esto, aparece Marinella, una compañera de trabajo de Vale, ofreciendo pan dulce que los otros compañeros de trabajo le regalaron pues es el día de su santo. Vale, que está sentada frente a su computadora me llama y me muestra en la pantalla el historial del ICQ donde aparece la fecha en que hablamos por primera vez: 28 de diciembre del 2001. Hace apenas siete meses... aunque me parece que la conozco de mucho tiempo atrás...

Cuando recién llegué, en el camino a Portici, hubo un momento de silencio entre Vale y yo. Qué decir. Ya no era virtual. Estaba yo ahí, junto a ella, con quien había hablado durante horas por Internet, recorriendo las calles pintorescas de Napoli, con sus balcones, y para hablar con ella no podía utilizar emoticones, ni letras. A Vale, según me contó después, le pasó algo similar, pues me dijo que tuvo una sensación extraña. No obstante, para mí, esta sensación se fue diluyendo poco a poco cuando, después de darme una reconfortante ducha en su casa, caminamos por la marina de Portici, entre niños comiendo helados y familias paseando, todos vigilados por el Vesuvio dormido en el sur y por el mediterráneo. En ese momento comencé a conocer Nápoles y con ella, una de las regiones mas hermosas e importantes de Italia. El pueblo italiano, o mejor dicho, lo que he podido observar de él es muy similar en algunos aspectos al mexicano. Hay ferias, música, la gente está viva. Después vino la cena, en casa de Vale. Fue un momento que voy a recordar siempre. Fue una cena como en Italia: Pasta, que Vale preparó y que estaba deliciosa, Vino, queso Mozzarella, pimientos y pan, pero sobre todo ella misma, Valentina, cuyo rostro, con sus ojos que brillan, su sonrisa y su hablar cantando, expresan sin duda lo que es esta hermosa ciudad de Napoli: una sonrisa grande y contagiosa, producida por el Vesuvio y el Mediterráneo... Vamos, me refiero a que estuve en Nápoles, con una mujer muy bella, comiendo pasta y tomando vino y escuchando música de jazz, mientras Surya, la gatita de Vale, jugueteaba en el piso y mi ropa daba vueltas en la lavadora... Pero todo esto que escribo es apenas una pequeña memoria, porque apenas estaba por iniciar mi viaje hacia la Isla Mas Grande del Mundo ...



Por Marco CAR


“Cambian de clima, no de alma, quienes veloces atraviesan mares”
- Horacio, poeta latino (65 a c. – 8 a c.)

Primera Parte : Con los viajes NO se juega



Con los viajes no se juega. Cuando salí de mi casa aquella noche lluviosa de un domingo de julio de 2002, no sabía que ya no iba a regresar a San Luis Potosí, México. Se suponía que era solo un viaje para divertirme en Europa, pero no fue así. Un viaje cambia la impresión sobre muchas cosas, empezando, por ejemplo, con la comida, la cerveza y el vino, pasando por la comunicación entre personas, el tiempo y hasta los baños. Pero sobre todo, puede alentar que uno voltee hacia su interior, que uno se mire en un espejo, y que reconozca, en la diferencia, aspectos sobre si mismo y su país.

Desde luego, unos días de viaje no pueden cambiarlo a uno, pero si pueden hacer que voltees a tu interior, y, al verte a ti mismo, ése gran desconocido, encontrar, mediante los países y lugares que visitas, otra perspectiva de las cosas, pese a que los fantasmas y errores que uno carga sigan colgados con cadenas a nuestros pies. Y para alguien que la única vez que había llegado a los límites de lo nacional había sido el puente de Nuevo Laredo - para ver “cómo es, desde lejos, el otro lado” - , visitar otro continente era como ir a otro planeta. Sobre todo, si se toma en cuenta que, el motivo de mi viaje a Europa, era encontrarme con una mujer.

Pero no eran motivos románticos en un principio, ni siquiera eran motivos existenciales, como después se tornaría el viaje. No. Eran, ante todo, conocer y divertirme. Pero, lección número uno que uno aprende cuando viaja a otro país: tienes idea de quién eres y de cómo te vas, pero no sabes quién serás y cómo llegarás. Y eso depende de lo dispuesto que esté uno a abrirse al panorama y a las personas que uno encuentre en el camino.


La verdadera aduana es uno mismo

Lo que aprende uno en el viaje es lo que recuerda. Esa es la verdadera aduana que se le presenta a uno mismo cuando viaja. Lo que viene primero a tu mente es lo que te marcó con mayor fuerza y lo que, siempre que hables del tema, mencionarás. Algunas van surgiendo con el paso del tiempo, con la reflexión. Otras no las quieres recordar. Están ahí, pero no quieres que nadie las sepa. Y este recuento que sigue, no está enlistado por el orden de importancia, sino en la lógica de un rompecabezas: inicia con una imagen (en este caso una idea) que encuentra a otra que encaje, hasta poder entender todo el paisaje (toda la idea). De esta forma, quizás, es posible ver más allá que la mirada. Detecar algo de la esencia de las cosas.



Primera aduana: el tiempo

Lo primero que recuerdo de mi viaje a Europa es el tiempo y sus distintos usos y concepciones. Éstas pueden variar mucho, de una ciudad a otra, incluso de un barrio a otro, dependiendo de factores obvios (qué rutas del transporte público cruzan por el sitio, qué tráfico existe, que importancia tiene el lugar) y por otro no reconocibles a primera vista, como las costumbres de uno mismo y la idiosincrasia. Nada más llegar al aeropuerto de tu propio país, en este caso el “Benito Juárez” de la Ciudad de México, y comienzas a darte cuenta de esta enorme diferencia.

Cuando llegué al aeropuerto, dos horas y media antes de la salida de mi avión, me registré, como todo mundo hace, pero en lugar de entrar a la sala de espera, me fui con mi papá y una amiga que tengo en el DF, a un "fast food" y, con toda calma, 30 minutos antes de la salida del avión ingresé a la sala de abordaje. Se me hizo fácil abordar el avión con tan poco tiempo. Como saben, uno se registra, le dan a uno el pase de abordaje y ya se puede entrar a la sala donde se encuentra la zona libre de impuestos, denominado en muchos países como "Duty Free", que no es tan barato como podría parecer, y donde uno puede encontrar desde ropa e instrumentos de viaje (para los olvidos a la hora de hacer la maleta), hasta cosas innecesarias y de lujos inexplicables, como la chaqueta de mezclilla con radio y bocinas integradas.

Yo tenía que abordar en la sala 36 y cuando me di cuenta, esta se encontraba muy lejos. En el sonido interno del aeropuerto dijeron que los pasajeros debíamos estar ya en el avión. Y entonces, ante la advertencia y el pánico, que me pongo a correr como loco, porque el avión ya me estaba dejando.

Con el corazón latiéndome a todo lo que daba llegué al puente de ingreso y ya la azafata me apresuraba con la mano, pero, eso si, con, con una sonrisa de oreja a oreja. Fue mi primer aprendizaje: en el aeropuerto y en los trenes, la puntualidad es, por lo menos, una hora y media antes, pues en un entorno nuevo es mejor estar preparado para todo. Los aeropuertos de México, Atlanta, el Charles de Gaulle en Paris y los dos de Londres que conocí (Gathwick y Heatrow) son enormes. Incluso en el de Atlanta puede darse el caso de que te suban a un carrito para llevarte a la sala de espera. En el de Heatrow te advierten cuánto tiempo requieres para llegar a la sala que te corresponde (si eres gordo y vas a la 24, necesitas 15 minutos; si es el caso de una señora que espera un bebé, veinte minutos, etc.). En mi caso, fueron 12 minutos, el día que volé a Paris.

En el caso de los trenes es lo mismo. Si el tren dice que sale a las 19:43 (uno ve la pantalla digital que lo anuncia y no entiende muy bien por qué lo caprichoso del horario ¿por qué no a las 19:45 o ya de plano a las 20 Hrs.? es que sale a las 19:43.

Incluso, el metro de Londres, y los sistemas de autobuses (si, esos rojos de dos pisos que se ven en las películas) indican en una pantalla electrónica a qué tiempo exacto va a llegar el próximo "tube" o "o doble decker bus" a la parada en que te encuentras. Y salvo retrasos muy raros, de menos de un minuto, los transportes generalmente son exactos.

Cuando miré por primera vez el mundo desde arriba. Las calles de la Ciudad de México, tristes y solitarias, pese al caos del tráfico. Los ríos cruzando el rostro de la tierra, sonriendo. El sol mirándolo todo en el horizonte. El mundo y el tiempo con una nueva cara. Con una cara diferente y asombrosa... el anuncio del inicio de un viaje, mi viaje que aún no acaba, hacia la isla más grande del mundo...

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